martes, 1 de septiembre de 2009

A mal tiempo, mala cara

Eligió la mesa más próxima a la ventana. Se sentó con poca delicadeza. Pidió un café. Yo no quise pedir nada, tenía ganas de fumar. Miró vagamente por la ventana a los típicos transeúntes de la calle Corrientes. El mesero trajo el café y unas medialunas de manteca que él nunca pidió. Pero no dijo nada. Tampoco agradeció. Tomó dos sobrecitos de azúcar, los abrió y los echó en la taza de café. Agarró la cuchara, revolvió el café y después lo probó. Agregó más azúcar. Bebió el café, de a pequeños sorbos, lentamente. Pidió la cuenta de mala gana. Por primera vez me miró. Entonces me dijo: “qué loco el tiempo, ¿no? cómo refrescó…”

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