lunes, 21 de septiembre de 2009

Lo leí ayer. Me encanta. El título es Bruselas y lo escribió Lucila Oulego (totó).

Y cómo te traigo de Bruselas en un avión obligado. No te tomás el avión, te quedaste allá, tu deseo está allá, tiene nombre y lo conozco. Cómo te traigo si Bruselas no la conozco.
Cómo te libero si ni vos sabés que estás atrapado, cómo te muestro ésta sensación, cómo me muevo con ella en el espacio hasta vos para gritarte en la cara y despertarte. Gritarte que crezcas, que vueles pero alto, que no soy un mimo, que yo sí puedo gritar; que cuando te miro busco verte sonreír y llorar, busco verte ser vos completamente, acá, ahora, en Córdoba y Fitz Roy a las 10 en la puerta, no en Bruselas, no en el aeropuerto donde quizás alguna vez te quedaste mirando ese avión que nunca salió realmente, o las calles de París donde te quedaste llorando sabiendo que volverías algún día.
Te quiero completo, viviendo el momento sin pasado ni futuro, sin tiempos verbales, hablando el castellano en presente, que nunca hubieras aprendido a conjugar los verbos de ésta lengua en pasado. Te quiero un poco menos ermitaño y más adaptado, siempre crítico pero charlatán. Con tus ojos bien abiertos y tu boca grande pero un poco más para afuera. Te quiero con crédito en el celular, con signos de puntuación. Punto. Interrogando, exclamando, con más comas y puntos suspensivos.......
Te veo suspendido en tiempo y espacio, con demasiados cds pero sin música, con demasiados tiempos contados, con un reloj en la mano y tu bolso constante. Con demasiada memoria, con silencios que implican recuerdos y mis silencios implican paciencia. Yo quiero verte con poco pero que sea distinto.
Tu bolso quiere quedarse y vos insistís en armarlo, insistís en salir, en moverte, pero tus límites reales son más cortos que tu imaginación. Los reales no llegan a San Antonio de Areco ni siquiera y tu imaginación sigue volando por Bruselas y Francia.
Y esto no tiene nada que ver con que yo esté buena pero no es lo mismo que ser linda, con mi salvavidas al cuello, ni con plaza del carmen, ni con la vida de la rosa, ni con tu té chino, tu sillón de múltiples formas, el 168 que cambia de recorrido cada miércoles que lo tomo, mi rodilla con chichón, el dolor de hueso del costado de tu rodilla que te recuerda que alguna vez andabas en bicicleta, tus antebrazos que no son lo mismo que decir tus brazos, mi pelo que se transforma, o Tavo y sus rodillas, con si pasamos por el empeine o apoyamos los dedos. Quizás tenga que ver con el sentimiento de ternura que me despierta la gente que aprecio, con las ganas de escribirles que florecen no muy seguido o quizás no, quizás tiene que ver con el nombre del padre diría mi psicoanalista cuando asocio libremente, pero ella asegura que moverse todo el tiempo es lo importante y yo agrego que encontrar un lugar de descanso es igual de importante.
Mi pregunta es todavía más compleja, cómo personifico un movimiento de tantas preguntas sin respuesta en éste cuerpo, cómo levanto la cabeza y miro con tantas preguntas en los ojos. Y vos me mirás, todo el tiempo, decís que yo me miro a mí desde afuera y me pierdo en la mirada y yo sé que es porque me quiero ver y quiero entender porque pretendo traerte de Bruselas, que no sé dónde queda pero sí que es muy lejos, y no quiero que te tomes ese avión obligado, quiero que hagas la valija con paciencia y un poco de apuro, te tomes un taxi al aeropuerto, hagas el check out definitivo, camines por el pasillo te sientes vueles llegues a Fitz Roy a las 10 en punto, ni más temprano ni más tarde, y por fin te vea completo.
Lucila Oulego

martes, 15 de septiembre de 2009

Intento esbozar la palabra pero no puedo. Juro que no puedo. Entonces me invaden ruidosas las hojas blancas. Ruidosas porque me molestan, me fastidian, me vacían. Blancas porque intuyo que no hay nada que escribir o, tal vez, simplemente no quede nada por escribir. Pero vacilo porque siento que aún queda algo con que manchar las hojas de tinta. Pero para ese entonces ya no quiero pintar las paredes con tus palabras livianas, no se trata de que no puedo. Juro que no quiero. Por lo menos, no esta vez. Por lo menos, no otra vez.

miércoles, 2 de septiembre de 2009


"Pero cada día, una línea, por lo menos, se orientará hacia mí, de la misma manera que ahora se orientan los telescopios hacia el cometa. Aunque luego tenga que comparecer ante esta frase, cautivado por ella, tal como me encontré por ejemplo en las últimas Navidades, cuando había llegado tan lejos que apenas podía ya detenerme, y creía estar realmente pisando el último peldaño de la escalera de mano, que, con todo, se apoyaba tranquilamente en el suelo y la pared. Pero qué suelo y qué pared! Y sin embargo, aquella escalera no se vino abajo, de tanto como mis pies la comprimían contra el suelo, de tanto como mis pies la afianzaban contra la pared."
Diario de Kafka

martes, 1 de septiembre de 2009

A mal tiempo, mala cara

Eligió la mesa más próxima a la ventana. Se sentó con poca delicadeza. Pidió un café. Yo no quise pedir nada, tenía ganas de fumar. Miró vagamente por la ventana a los típicos transeúntes de la calle Corrientes. El mesero trajo el café y unas medialunas de manteca que él nunca pidió. Pero no dijo nada. Tampoco agradeció. Tomó dos sobrecitos de azúcar, los abrió y los echó en la taza de café. Agarró la cuchara, revolvió el café y después lo probó. Agregó más azúcar. Bebió el café, de a pequeños sorbos, lentamente. Pidió la cuenta de mala gana. Por primera vez me miró. Entonces me dijo: “qué loco el tiempo, ¿no? cómo refrescó…”