lunes, 23 de noviembre de 2009

Círculos de fuego

La luz viene en círculos de fuego
a disipar ciertas oscuridades geométricas
que me han doblegado entre mármol y marfil.

No hay clandestinidad ni hermetismo
que lapiden la virtuosa realidad de mi sueño;

Ya no caen sombrías las palabras;
mi silencio ya no es destierro ni agonía

Mi hiedra crece insalvable
libros y serpientes se han ido.
Me queda la impetuosa ignorancia del mar
quizá un río de sangre o una calavera de cobre,
sólo cenizas de relatos épicos,
sólo el olvido, la historia muerta.

No hay brillo ni oro en los ojos del infierno;
No hay alas para mí en los ojos de Dios;

Finitudes eternas, infinitos comienzos;
no termina de caer ésta o aquella
en realidad la misma hoja.

Silencio.

Hay océanos fríos en los párpados heridos
no hay sentencias ni letras
hay huellas en el viento.

Como al principio
del agua y de la tierra
un nuevo cuerpo, un nuevo tiempo,
otro insensato, otro pobre, otro prodigio.
otros círculos de fuego...

Facundo

lunes, 9 de noviembre de 2009

Nuestro

Perdimos la democracia
Destruimos la paciencia
Dejamos huérfano al miedo
Hostigamos el sueño
Asesinamos la verdad que se esconde tras la mentira
Alimentamos el agravio y la desgracia
Incendiamos la calma
Bebimos el té frío y comimos el pan duro
Hicimos la guerra, el hambre y el frío tres veces en una noche

Mirá, yo no sé por qué, cómo ni cuándo
Aprendimos a herirnos tan bien
Quizá fuiste el primero
En perder la piedad
Quizá, también, el último
En apelar el dictamen de esta sentencia cruel

Lo cierto es que se hizo tarde y ya amaneció
Sin embargo, los dos sabemos que es muy temprano
Para perdonarnos tanto daño
Tanta violencia
Tanto rencor…

domingo, 8 de noviembre de 2009

Laura

Cerré los ojos y, mientras la besaba, pensé “la última vez que besás esos labios que desquician”. Laura había llegado a Buenos Aires hace unas horas, llevaba el pelo recogido y tenía el maquillaje ligeramente corrido. Apenas me vio, se acercó y me saludó con una mueca vacía semejante a los domingos sin pastas, sin familia y sin amor. Sabía que había llegado para irse tan pronto como pudiera. Laura siempre fue más aficionada a las despedidas que a las llegadas.
Ingresamos al primer café que encontramos en el aeropuerto. Apenas hablábamos y, cuando el vil silencio nos perdonaba, Laura se entretenía haciendo comentarios triviales de la vida de los otros, como quien no recuerda haberse muerto sin darse cuenta.
Así fue que decidí ya no escucharla más, ni beber otra vez del té frío y sin azúcar, aquel que siempre fue su especialidad. Quizá sea más prudente conformarme con su flor efímera, esa que se parece a los lunes por la mañana y aceptar la hipocresía de sus lunares pintados a mano, su playa sin mar, su viaje constante cuando lo único que se necesita es un lugar donde detenerse y descansar. Tal vez sea más prudente darle lo único que tengo: mi treinta de febrero, mis derrotas sin dolor, mis mentiras sin remordimiento, mi pecado sin placer. Pero yo sé muy bien que esta sucia prudencia no cabe en el bolsillo de mi calma, de la misma manera que este adiós no encuentra lugar en la lista de pasados a arreglar.
Hay quien dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Laura, yo te prefiero así, perdida en el desorden de mis papeles de escritorio de oficina o dentro de un libro viejo de poemas marrones, de manera que un día, leyendo otro cuento, te encuentre por azar y pueda así recordar que una tarde de octubre, mientras reías a carcajadas, fuiste incomparablemente hermosa.