domingo, 8 de noviembre de 2009

Laura

Cerré los ojos y, mientras la besaba, pensé “la última vez que besás esos labios que desquician”. Laura había llegado a Buenos Aires hace unas horas, llevaba el pelo recogido y tenía el maquillaje ligeramente corrido. Apenas me vio, se acercó y me saludó con una mueca vacía semejante a los domingos sin pastas, sin familia y sin amor. Sabía que había llegado para irse tan pronto como pudiera. Laura siempre fue más aficionada a las despedidas que a las llegadas.
Ingresamos al primer café que encontramos en el aeropuerto. Apenas hablábamos y, cuando el vil silencio nos perdonaba, Laura se entretenía haciendo comentarios triviales de la vida de los otros, como quien no recuerda haberse muerto sin darse cuenta.
Así fue que decidí ya no escucharla más, ni beber otra vez del té frío y sin azúcar, aquel que siempre fue su especialidad. Quizá sea más prudente conformarme con su flor efímera, esa que se parece a los lunes por la mañana y aceptar la hipocresía de sus lunares pintados a mano, su playa sin mar, su viaje constante cuando lo único que se necesita es un lugar donde detenerse y descansar. Tal vez sea más prudente darle lo único que tengo: mi treinta de febrero, mis derrotas sin dolor, mis mentiras sin remordimiento, mi pecado sin placer. Pero yo sé muy bien que esta sucia prudencia no cabe en el bolsillo de mi calma, de la misma manera que este adiós no encuentra lugar en la lista de pasados a arreglar.
Hay quien dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Laura, yo te prefiero así, perdida en el desorden de mis papeles de escritorio de oficina o dentro de un libro viejo de poemas marrones, de manera que un día, leyendo otro cuento, te encuentre por azar y pueda así recordar que una tarde de octubre, mientras reías a carcajadas, fuiste incomparablemente hermosa.

2 comentarios:

... dijo...

Zarpado en biutiful


hermoso caro

her-mo-so!

Carolina dijo...

Qué lindo que te haya gustado Coca!
Gracias por el comentario!
Hasta lueguito.