domingo, 21 de junio de 2009

Pseudo reconstrucciones

Hace tres días que es domingo y hace tres noches que me enfrento con la dificultosa tarea de reconstruir una imagen, una cara, una mirada. ¿Será, tal vez, que no te miraba lo suficiente? ¿Será la ausencia de miradas la que lleva el peso de la culpa por no poder recordarte? ¿Será ella la primer culpable? ¿O será, quizás, que soy más sensible al tacto? Nunca recuerdo los días con precisión, pero tengo la terrible sensación de que se trataba de un lunes negro, como todos los lunes. Era de noche, no recuerdo que hora marcaba tu reloj de pulsera. Habíamos terminado de comer y apuesto lo que sea a que comimos milanesas o comida china. No sé exactamente cuál fue el camino que nos llevó a tu cama de dos plazas que, por cierto, era tuya, ya no estaba incluida dentro de mi patrimonio. Antes de que el sueño gritara por su victoria, recuerdo haberte echado una mirada: la nariz respingada, ojos negros como tu pelo, las pestañas largas y arquedas y unas piernas que, eso sí, nunca voy a olvidar. Lo último que recuerdo haber mirado con precisión, fue un escudo de racing pintado a mano con preciso cuidado en una de las puertas de tu placard y, a su derecha, un triste poster bastante gastado de Callejeros.
Recuerdo que dormimos placidamente, la dos plazas nos quedaba tan grande que pudimos dormir sin molestarnos. Mientras tanto, la lluvia nos hacía compañía con cada una de sus gotas impactando sobre el precario techito de tu balcón. Tuve la sesación de que llovía como la última vez.
Al otro día desperté en mi habitación, en una cama que sí forma parte de mi patrimonio, no es una maravilla, pero a mi cansancio le cae bastante bien.
Con un poco de esfuerzo, me levanté de la cama y abrí la ventana que daba a la calle. Afuera el sol brillaba como la primera vez, de la misma manera que nace una carcajada después de llorar casi sin poder respirar.

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