jueves, 4 de marzo de 2010

.

.

uno por uno desabrocha

los botones de la camisa caen

sobre el piso la ropa la mentira la vida acaricia

la lengua la luz de la noche escriben

los cuerpos un poema bebe

el licor de la gloria grita

un nombre de muerte calma

la tierna tempestad y coge

la ropa la mentira la vida la ausencia abrocha

los botones enciende

un cigarrillo blasfema

un verso y despide

las cenizas con elegancia cierra

todas las puertas

.

viernes, 12 de febrero de 2010

.

insiste el gran capitán
durante tardes fúnebres
insiste
con la voz débil
aloja huéspedes
de oculta y oscura reputación
e insiste
a mí que soy un paciente esclavo
de un cuerpo trémulo que blasfema
a mí que desconozco el origen
y que aprendí a venerar el silencio
y la distancia
a mí
que no sé
de lo sabido

.

jueves, 28 de enero de 2010

martes, 26 de enero de 2010

“Ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe”
Alejandra Pizarnik
.
.
me embriagué con una bucanera misteriosa
era la señora de las vendas ocultas
voluptuosa se estremecía de sólo pensarme
junto a la flor que descansa en su lecho

impúdica
la pequeña fiel anunciaba su amor

por poco me engaña
la Virgen de las Respuestas
era casi una mujer

sábado, 23 de enero de 2010

El lugar donde un viejo y una piba hacen el amor

En el lugar donde un viejo y una piba
Hacen el amor hay rastros de sangre
Signos de un exceso que firma
Acuerdos con la penumbra

En el lugar donde un viejo y una piba
Hacen el amor crece voluptuoso
El silencio que sacrifica el lenguaje
Vacío de una mentira cordial

En aquel lugar el viejo y la piba
Tienden alegres las manos a la muerte
Acarician su sensualidad la besan
La seducen la enuncian

Por fin en la suavidad de aquel espacio
Se permiten dudar:
Ya no saben con claridad
Quién de los tres es el más cruel

jueves, 21 de enero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

Irrevocable

Suena el teléfono. Hay, en el cuarto, dos personas. El hombre está sentado sobre el borde de la cama; los codos sobre las piernas. Con las manos, se tapa la cara. La mujer camina de un extremo a otro de la habitación. Sólo se oye: el timbre del teléfono, las agujas del reloj de pared, la madera del piso crujir con cada paso. Una suave penumbra cubre el dormitorio. Sin embargo, el uno y el otro saben; es de día, ven pequeños rastros de sol infiltrarse por las rendijas de la persiana casi baja. Mientras el hombre se refriega la cara con las manos y la mujer enciende un cigarrillo, sobre la mesita ratona, el teléfono sigue llamando. Nadie atiende. Ella estruja contra el cenicero el cigarrillo que no terminó de consumir. No se apaga del todo y el humo se esparce por la habitación. El teléfono aún no calla; él quiere gritar, mas no lo hace. Sólo mueve de un lado a otro la corbata a rombos marrón. Transpira.
Pero el teléfono cede.
Silencio.
Ambos se detienen. La mujer parada en un rincón del cuarto y el hombre sobre el borde de la cama vuelven absortos la mirada. Parece una eternidad, sin embrago, son pocos los segundos que tarda en sonar otra vez.
Con un movimiento brusco el hombre se levanta de la cama y golpea de un puñetazo la puerta del ropero. Se acerca hasta la mesita ratona y se detiene. Fija la mirada en el teléfono que todavía sigue llamando, respira profundo y, con el temblor de su voz, contesta: ¿Si? Alguien responde del otro lado. La mujer se acerca, acaricia con dulzura la espalda del hombre con un gesto que denuncia la sospecha de que algo de lo irrevocable se desliza por todo el cuarto con injusta libertad. Entumecido, él no habla. Y el teléfono aún está en sus manos.
Mientras tanto, el reloj de pared se detiene, sus agujas dejan de tictaquear y la mujer ve cómo una lágrima que se desprende de la mirada torva del hombre muere en sus labios.

jueves, 31 de diciembre de 2009

“A nosotros en este tiempo nos besa la nostalgia,
el corazón se nos agrieta y el amor nos señala
con sus modos singulares.
Comprendemos así que esa extraña esencia (El amor)
puede escaparse desde una lágrima,
de un sollozo pequeñito o de la doliente memoria
de los nuestros.
Para acompañarnos en la patria azul
del ensueño envolviéndonos con fervor
en la hora gris de la alta noche y su misterio.
O en la diáfana mañana, con fragancia de limones y café,
en la que un ave le canta al corazón esas cosas,
que sólo el amor entiende.
Estremeciéndonos el alma llana, al evocar aquellos ojos
que se llevó el mar. Y los muchos sueños
que selló la noche.
Es inevitable que en estas fechas nos roce la pena,
con sus razones varias que hieren el entendimiento.
¡Qué le vamos hacer!
Hijos queridos: en estas fiestas sólo podemos ofrecerles,
pedacitos de pan tierno desde el horno de nuestros corazones”.

Manuel De La Flor.

martes, 29 de diciembre de 2009

La flor y la náusea

Preso a mi clase y a ciertas ropas,
voy de blanco por la calle cenicienta.
Melancolías, mercancías me acechan.
¿Debo seguir hasta la náusea?
¿Puedo, sin armas, rebelarme?

Ojos turbios en el reloj de la tarde:
No, no ha llegado el tiempo de la total justicia,
el tiempo es aún de heces, malos poemas, alucinaciones
y espera.

El tiempo pobre, el poeta pobre
se funden en igual callizo.
En vano intento explicarme, los muros son sordos.
Bajo la piel de las palabras hay cifras y códigos.
El sol consuela a los enfermos y no los renueva.
Las cosas. Qué tristes son las cosas, consideradas sin énfasis.

Vomitar este tedio sobre la ciudad.
Cuarenta años y ningún problema
resuelto, ni siguiera planteado.
Ninguna carta escrita ni recibida.

Todos los hombres vuelven a casa.
Son menos libres pero llevan periódicos
y deletrean el mundo, sabiendo que lo pierden.

Crímenes de la tierra, ¿cómo perdonarlos?
En muchos tomé parte, oculté otros.
Encontré algunos bellos, fueron publicados.
Crímenes suaves, que ayudan a vivir.
Razón diaria del error, distribuida en casa.
Los feroces panaderos del mal.
Los feroces lecheros del mal.

Prender fuego a todo, incluso a mí.
Al joven de 1918 lo llamaban anarquista.
Sin embargo mi odio es lo mejor de mí.
Con él me salvo:
y a casi nadie doy una esperanza mínima.

¡Una flor ha nacido en la calle!
Pasan de lejos, tranvías, autobuses, ríos de acero del tránsito.

Una flor todavía descolorida
engatusa a la policía, rompe el asfalto.
Guarden completo silencio, paralicen los negocios,
les aseguro que ha nacido una flor!

Su color no se percibe.
Sus pétalos no se abren.
Su nombre no está en los libros.
Es fea. Pero es realmente una flor.
Me siento en el suelo de la capital del país a las cinco
de la tarde y lentamente acaricio esta forma insegura.

Del lado de la montaña, nubes espesas van creciendo.
Una lluvia menuda agita el mar como gallina espantada.
Es fea. Pero es una flor. Ha roto el asfalto, el tedio, la náusea y el odio.


Carlos Drummond de Andrade

lunes, 23 de noviembre de 2009

Círculos de fuego

La luz viene en círculos de fuego
a disipar ciertas oscuridades geométricas
que me han doblegado entre mármol y marfil.

No hay clandestinidad ni hermetismo
que lapiden la virtuosa realidad de mi sueño;

Ya no caen sombrías las palabras;
mi silencio ya no es destierro ni agonía

Mi hiedra crece insalvable
libros y serpientes se han ido.
Me queda la impetuosa ignorancia del mar
quizá un río de sangre o una calavera de cobre,
sólo cenizas de relatos épicos,
sólo el olvido, la historia muerta.

No hay brillo ni oro en los ojos del infierno;
No hay alas para mí en los ojos de Dios;

Finitudes eternas, infinitos comienzos;
no termina de caer ésta o aquella
en realidad la misma hoja.

Silencio.

Hay océanos fríos en los párpados heridos
no hay sentencias ni letras
hay huellas en el viento.

Como al principio
del agua y de la tierra
un nuevo cuerpo, un nuevo tiempo,
otro insensato, otro pobre, otro prodigio.
otros círculos de fuego...

Facundo

lunes, 9 de noviembre de 2009

Nuestro

Perdimos la democracia
Destruimos la paciencia
Dejamos huérfano al miedo
Hostigamos el sueño
Asesinamos la verdad que se esconde tras la mentira
Alimentamos el agravio y la desgracia
Incendiamos la calma
Bebimos el té frío y comimos el pan duro
Hicimos la guerra, el hambre y el frío tres veces en una noche

Mirá, yo no sé por qué, cómo ni cuándo
Aprendimos a herirnos tan bien
Quizá fuiste el primero
En perder la piedad
Quizá, también, el último
En apelar el dictamen de esta sentencia cruel

Lo cierto es que se hizo tarde y ya amaneció
Sin embargo, los dos sabemos que es muy temprano
Para perdonarnos tanto daño
Tanta violencia
Tanto rencor…

domingo, 8 de noviembre de 2009

Laura

Cerré los ojos y, mientras la besaba, pensé “la última vez que besás esos labios que desquician”. Laura había llegado a Buenos Aires hace unas horas, llevaba el pelo recogido y tenía el maquillaje ligeramente corrido. Apenas me vio, se acercó y me saludó con una mueca vacía semejante a los domingos sin pastas, sin familia y sin amor. Sabía que había llegado para irse tan pronto como pudiera. Laura siempre fue más aficionada a las despedidas que a las llegadas.
Ingresamos al primer café que encontramos en el aeropuerto. Apenas hablábamos y, cuando el vil silencio nos perdonaba, Laura se entretenía haciendo comentarios triviales de la vida de los otros, como quien no recuerda haberse muerto sin darse cuenta.
Así fue que decidí ya no escucharla más, ni beber otra vez del té frío y sin azúcar, aquel que siempre fue su especialidad. Quizá sea más prudente conformarme con su flor efímera, esa que se parece a los lunes por la mañana y aceptar la hipocresía de sus lunares pintados a mano, su playa sin mar, su viaje constante cuando lo único que se necesita es un lugar donde detenerse y descansar. Tal vez sea más prudente darle lo único que tengo: mi treinta de febrero, mis derrotas sin dolor, mis mentiras sin remordimiento, mi pecado sin placer. Pero yo sé muy bien que esta sucia prudencia no cabe en el bolsillo de mi calma, de la misma manera que este adiós no encuentra lugar en la lista de pasados a arreglar.
Hay quien dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Laura, yo te prefiero así, perdida en el desorden de mis papeles de escritorio de oficina o dentro de un libro viejo de poemas marrones, de manera que un día, leyendo otro cuento, te encuentre por azar y pueda así recordar que una tarde de octubre, mientras reías a carcajadas, fuiste incomparablemente hermosa.

domingo, 18 de octubre de 2009

martes, 13 de octubre de 2009

En el borde de la noche

En el borde de la noche, en lo distante y callado
Dónde las plegarias se disipan entre cúpulas de memoria
Y las olas se lanzan a los cielos como lobos hambrientos;
Viciado de pretéritas semejanzas y de sucias cercanías,
Es mi cuerpo navío de carnes tácitas, labriego de tierras profanas.

Sombra cansada, manto saciado de proclamas pueriles
Dícese el silencio que me acoge y me ahoga entre parapetos y relicarios;

Palabras destiladas, clamor de una voz pulcra y lejana:
Hojarasca que yace en el suburbio de mi latido,
Pasión de naturalezas muertas que arroja besos al olvido.

Nada hiere mi nombre de ojos lapidados por el adiós del alba,
Pero insistes en dar sangre al mármol de mi piel sentenciada,
Es qué no puedes rendir tu palabra luego de gozar?
Qué debe decir el marfil de este horizonte moribundo?

Acaso no lo haya dicho aún
Pero no aspires entre deseos al ápeiron ni a los vástagos de la inmensidad,
Que te baste el fuego efímero, la emancipada flor y el incauto sacrificio:
Éste, mi aire, es de espigas entre tallos sin mañana.

Facundo

viernes, 9 de octubre de 2009

Te odio Oscuridad

Es de noche, está oscuro. Somos muchos, estamos parados en una vereda muy angosta, apenas entramos todos; nos agarramos de la mano, nos apretamos muy fuerte. Cierro los ojos. Llega un auto, viene a toda velocidad. Alguien aprieta de golpe los frenos y el auto se detiene. Baja un tipo. Está completamente desorbitado, fuera de sí, no entiende, no puede soportar el resultado de la sentencia, se pone loco, empieza a gritar y a llorar, no tolera un dolor tan inmenso. Otros dos bajan del mismo auto, tratan de controlarlo, cada uno lo toma de un brazo, pero el tipo los putea, los sacude y logra soltarse. Saca un arma. Nos mira con los ojos empañados de lágrimas, y entre el llanto y una risa enferma, nos apunta. Grita algunas cosas que no recuerdo y, sin bajar el arma, camina hacia la esquina hasta desaparecer. Se escucha un disparo. Otro más y otro… Ahora son cinco las balas… ahora quince… Nosotros no vemos nada. Todo sucede a la vuelta de la esquina. Creo que corremos, no sé.
Ahora estoy en otro lado. También está oscuro, pero a diferencia de la oscuridad anterior, ésta es artificial porque estamos encerrados y las luces están apagadas. La gente se pone loca al igual que el tipo anterior; muchos empiezan a disparar con sus armas. Estoy tirada en el piso y, a pesar de la oscuridad, veo… Veo cómo la gente se muere por los disparos, caen y mueren como si no valieran absolutamente nada. Tengo miedo, no sé como voy a salir de ésta. Trato de no moverme. Espero que termine. Tiene que terminar.
Salgo, no sé cómo, pero llego a una heladería. Dos viejas que parecen ser las dueñas del negocio están sentadas en una mesa redonda y pequeña, una frente a la otra. Hablan con un viejo arrugado que está parado próximo a la mesa. Chusmean acerca de lo que acaba de suceder, “qué idiotas” pienso. Me desborda la bronca pero me contengo porque tengo que pedirles que me dejen pasar al baño y llamar a mi vieja para avisarle que estoy bien. Entro al baño, saco el celular que casi resbala de mis manos y trato de llamarla pero no puedo, no sé por qué.
Ahora estoy en una casa muy vieja, desordenada y con olor a humedad. Estoy acostada en una cama y aparece una compañera de la facultad y me dice ¿boluda, qué hacés acá? No le contesto, en realidad no sé que hago acá. Me meo en la cama.
Me despierto, estoy transpirada, tengo mucho calor, agarro el celular y miro la hora, son las 03:24 de la mañana. Me estoy re meando. Pero tengo miedo. Mucho miedo. No quiero abrir los ojos y ver que mi habitación está oscura. No puedo ir al baño. No puedo enfrentar la oscuridad.
Es estúpido, sin embargo, no puedo evitar pensarlo, a veces tengo miedo de levantarme a la noche, en medio de la oscuridad y que aparezca una mano de la nada (o de la oscuridad), me agarre del tobillo y me pida que, por favor, le salve la vida.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Balance del mes de septiembre

Fue un viernes cuando te pregunté. Si no me equivoco fue hace casi dos semanas. Era muy tarde, habíamos terminado de cenar hace tiempo. Te llamé y no contestaste. Me levanté de la cama y fui a la cocina donde supuse que todavía estarías. Sentado de espaldas al televisor y con el ceño fruncido, deslizabas tu mano izquierda con preciso cuidado sobre las hojas casi amarillas del libro diario; supongo que las precauciones consistían en evitar que tu mano corriera la tinta azul, todavía fresca. Con un gesto poco cortés me diste a entender que te estaba interrumpiendo, que ya era demasiado el humor que te generaba tener que terminar en tu casa el trabajo que no pudiste terminar durante la semana. Y yo con esos interrogantes de siempre. Pero no podía evitar la pregunta; el jueves habíamos hablado casi sin hablar y, a pesar de la oscuridad que genera hablar sin hablar, tu decisión había sido lo suficientemente clara, al menos hiciste lo que pudiste para que yo así lo entendiera. Pero, ¿cómo hacés para poder vivir así, con tanta porquería sin responder, tanta oscuridad, tantos asuntos inconclusos?
Esta vez me importó muy poco que me echaras de la cocina sin decírmelo con las palabras y te pregunté, así no más, sin frases que adornaran la situación, sin gestos que anticiparan la pregunta y mirándote directo a la cara: ¿Alguna vez te equivocaste al tomar una decisión? No me mirabas, fingías seguir concentrado en tu tarea inconclusa de oficina que es lo mismo que decir con tu tarea de continuidades perfectas, rutinas tranquilizadoras sin errores pero sin milagros. Mientras tu mano izquierda delineaba con su cursiva perfecta "documentos a pagar" en el haber, me respondiste No, un No seco y terminante, de esos que siempre comunicás pero nunca decís. Me acerqué a la mesa y tratando de disimular el temblor de mi voz te pregunté cómo estabas tan seguro que esta vez no te equivocarías, te dije que a veces pienso que sí lo estás haciendo, que no sé por qué, precisamente porque no me lo decís…
En fin, el balance del mes de septiembre te dio mal o, al menos eso me pareció porque de repente, con el carácter casi amable que tenés, te hundiste en un llanto triste pero dulce y tapándote la cara con las manos me pediste que te dejara solo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Lo leí ayer. Me encanta. El título es Bruselas y lo escribió Lucila Oulego (totó).

Y cómo te traigo de Bruselas en un avión obligado. No te tomás el avión, te quedaste allá, tu deseo está allá, tiene nombre y lo conozco. Cómo te traigo si Bruselas no la conozco.
Cómo te libero si ni vos sabés que estás atrapado, cómo te muestro ésta sensación, cómo me muevo con ella en el espacio hasta vos para gritarte en la cara y despertarte. Gritarte que crezcas, que vueles pero alto, que no soy un mimo, que yo sí puedo gritar; que cuando te miro busco verte sonreír y llorar, busco verte ser vos completamente, acá, ahora, en Córdoba y Fitz Roy a las 10 en la puerta, no en Bruselas, no en el aeropuerto donde quizás alguna vez te quedaste mirando ese avión que nunca salió realmente, o las calles de París donde te quedaste llorando sabiendo que volverías algún día.
Te quiero completo, viviendo el momento sin pasado ni futuro, sin tiempos verbales, hablando el castellano en presente, que nunca hubieras aprendido a conjugar los verbos de ésta lengua en pasado. Te quiero un poco menos ermitaño y más adaptado, siempre crítico pero charlatán. Con tus ojos bien abiertos y tu boca grande pero un poco más para afuera. Te quiero con crédito en el celular, con signos de puntuación. Punto. Interrogando, exclamando, con más comas y puntos suspensivos.......
Te veo suspendido en tiempo y espacio, con demasiados cds pero sin música, con demasiados tiempos contados, con un reloj en la mano y tu bolso constante. Con demasiada memoria, con silencios que implican recuerdos y mis silencios implican paciencia. Yo quiero verte con poco pero que sea distinto.
Tu bolso quiere quedarse y vos insistís en armarlo, insistís en salir, en moverte, pero tus límites reales son más cortos que tu imaginación. Los reales no llegan a San Antonio de Areco ni siquiera y tu imaginación sigue volando por Bruselas y Francia.
Y esto no tiene nada que ver con que yo esté buena pero no es lo mismo que ser linda, con mi salvavidas al cuello, ni con plaza del carmen, ni con la vida de la rosa, ni con tu té chino, tu sillón de múltiples formas, el 168 que cambia de recorrido cada miércoles que lo tomo, mi rodilla con chichón, el dolor de hueso del costado de tu rodilla que te recuerda que alguna vez andabas en bicicleta, tus antebrazos que no son lo mismo que decir tus brazos, mi pelo que se transforma, o Tavo y sus rodillas, con si pasamos por el empeine o apoyamos los dedos. Quizás tenga que ver con el sentimiento de ternura que me despierta la gente que aprecio, con las ganas de escribirles que florecen no muy seguido o quizás no, quizás tiene que ver con el nombre del padre diría mi psicoanalista cuando asocio libremente, pero ella asegura que moverse todo el tiempo es lo importante y yo agrego que encontrar un lugar de descanso es igual de importante.
Mi pregunta es todavía más compleja, cómo personifico un movimiento de tantas preguntas sin respuesta en éste cuerpo, cómo levanto la cabeza y miro con tantas preguntas en los ojos. Y vos me mirás, todo el tiempo, decís que yo me miro a mí desde afuera y me pierdo en la mirada y yo sé que es porque me quiero ver y quiero entender porque pretendo traerte de Bruselas, que no sé dónde queda pero sí que es muy lejos, y no quiero que te tomes ese avión obligado, quiero que hagas la valija con paciencia y un poco de apuro, te tomes un taxi al aeropuerto, hagas el check out definitivo, camines por el pasillo te sientes vueles llegues a Fitz Roy a las 10 en punto, ni más temprano ni más tarde, y por fin te vea completo.
Lucila Oulego

martes, 15 de septiembre de 2009

Intento esbozar la palabra pero no puedo. Juro que no puedo. Entonces me invaden ruidosas las hojas blancas. Ruidosas porque me molestan, me fastidian, me vacían. Blancas porque intuyo que no hay nada que escribir o, tal vez, simplemente no quede nada por escribir. Pero vacilo porque siento que aún queda algo con que manchar las hojas de tinta. Pero para ese entonces ya no quiero pintar las paredes con tus palabras livianas, no se trata de que no puedo. Juro que no quiero. Por lo menos, no esta vez. Por lo menos, no otra vez.

miércoles, 2 de septiembre de 2009


"Pero cada día, una línea, por lo menos, se orientará hacia mí, de la misma manera que ahora se orientan los telescopios hacia el cometa. Aunque luego tenga que comparecer ante esta frase, cautivado por ella, tal como me encontré por ejemplo en las últimas Navidades, cuando había llegado tan lejos que apenas podía ya detenerme, y creía estar realmente pisando el último peldaño de la escalera de mano, que, con todo, se apoyaba tranquilamente en el suelo y la pared. Pero qué suelo y qué pared! Y sin embargo, aquella escalera no se vino abajo, de tanto como mis pies la comprimían contra el suelo, de tanto como mis pies la afianzaban contra la pared."
Diario de Kafka

martes, 1 de septiembre de 2009

A mal tiempo, mala cara

Eligió la mesa más próxima a la ventana. Se sentó con poca delicadeza. Pidió un café. Yo no quise pedir nada, tenía ganas de fumar. Miró vagamente por la ventana a los típicos transeúntes de la calle Corrientes. El mesero trajo el café y unas medialunas de manteca que él nunca pidió. Pero no dijo nada. Tampoco agradeció. Tomó dos sobrecitos de azúcar, los abrió y los echó en la taza de café. Agarró la cuchara, revolvió el café y después lo probó. Agregó más azúcar. Bebió el café, de a pequeños sorbos, lentamente. Pidió la cuenta de mala gana. Por primera vez me miró. Entonces me dijo: “qué loco el tiempo, ¿no? cómo refrescó…”

miércoles, 26 de agosto de 2009

Fluir de conciencia

a F.

Y te quedás callada, decís que no podés hablar, que no estás bien. Entonces emerge de mí la parte más fuerte, segura, y me vuelvo enfermizamente poético, escritor, creador de bellezas, haciendo metamorfosis de las eternas miserias de tu ser y del mío. Guardo mi suave hostilidad, mi demoníaca inseguridad, porque así querías que fuera, así me lo pediste. Me desespero porque los minutos pasan y vos seguís callada, no me mirás, no podés verme vaya uno a saber por qué, en cambio yo sí te veo, veo y siento como tu mirada se pierde desnuda en el vacío. No sé cuánto más pueda durar mi forzosa amabilidad. Hay momentos en los que sólo quiero hacerte daño, medir tu paciencia, destruir tu fuerza.
Me siento expuesto en cuerpo y alma, expongo mis palabras, las que hablan de la verdad y acarician la mentira. No me pedís que hable, cómo vas a hacerlo si estás tan callada. Pero es el silencio tu astucia, tu instrumento de poder. En mis intentos de aniquilarlo empiezo a hablar, a inmiscuirme en tu deseo porque hablo de vos y por vos, aunque no de mí. Me siento fuerte más allá de mi irrefrenable exposición; sé que empiezo a hacerte falta.
Sin embargo, ahí estás, a mi lado, refugiándote de tus dramatismos absurdos y ridículos en mi cama, ahí estás, dibujando figuras sobre las sábanas con tus piernas. De repente me mirás con elegancia y el vacío de tus ojos se llena con mi imagen. Pero este juego lo conocemos muy bien, conocemos con delicadeza cada una de las escalas de este viaje. Te acercarás con un gesto amable y rodearás con tus brazos mi cuello. Voy a sentir tu aliento jugar cerca de mi boca, tus manos acariciando mi piel, me vas a mirar a los ojos, pero para ese entonces yo ya entendí, sé qué pretendés. Voy a poner en práctica el delicado arte que me asegura encontrarte enteramente para mí. Y ahí, por fin, romperás el silencio, gritando mi nombre, con una mezcla inextricable de dulzura y de placer.

martes, 25 de agosto de 2009

Panorama de un cuarto, sus afueras y mis adentros

Sobre el escritorio, dos mandarinas y una boleta de mercado a pagar en cuotas.
Sobre el suelo de madera vieja, un par nuevo de zapatos taco aguja.
En mi mano derecha, una cicatriz con ciento noventa y cuatro puntos.
En mis ojos, el libro que leo todas las noches de insomnio.
En mi cuerpo, la fiebre que provoca una injusticia sin leyes, ni incisos, ni remedio.
Sobre la cama, una promesa naranja.
Debajo de la cama, el acta de defunción del amor.
Detrás del sofá, un deseo intentando concretar el suicidio.
En su retrato, mi acta de nacimiento.
En la pared, colgado de un piolín de pocas hebras, un cartel: “Prohibido estacionar” aquí.
En la almohada, el miedo a que, en sus búsquedas, me encuentre buscándolo.
En la biblioteca, una botella de vino tinto, una copa y un manojo de hojas en blanco.
En el jardín, el viento que anuncia la llegada de la lluvia de diciembre.

Tal vez, más allá de los rastros que dejás en mi cuarto, en sus afueras y en mis adentros, ahí estés, dentro de mi placard, completamente nuevo, miedosamente fuerte y seguro y desquiciadamente hermoso.

sábado, 22 de agosto de 2009

Roperos y sobretodos

Entró apurado al cuarto. Prendió la luz. Tenía el ceño fruncido. Estaba agitado. Se detuvo repentinamente y, moviendo de un lado a otro la corbata de rombos grises y negros, echó una mirada al cuarto. Con torpeza se dirigió al ropero. Lo abrió con un gesto brusco y un telón de olor a humedad le envolvió la cara. Se echó hacia atrás moviendo los brazos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba ahuyentando aquel telón. Tomó las camisas y las arrojó al suelo. Luego, las corbatas, los pantalones pinzados, hasta las cajas con fotos y papeles viejos. El ropero quedó vacío y él, completamente inmóvil. Se dejó caer al suelo. Levantó la mirada y gritó; mi sobretodo negro! ¿Dónde está? ¿Dónde estás?! No puedo salir sin él… es miserable! Este mundo es miserable! Se tapó la cara con las manos y lloró. Lloró en un cuarto silencioso lleno de camisas viejas y algunas corbatas nuevas pero sin sobretodo.

jueves, 20 de agosto de 2009

"Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles."

Bertolt Brecht

GOLPEADOS PERO NO VENCIDOS
30/12/04

viernes, 14 de agosto de 2009


Antes de mediodía

Es terrible
el leve ruido del huevo duro al ser cascado contra el estaño
de un mostrador
es terrible ese ruido
cuando resuena en la memoria de un hombre que pasa hambre
es terrible también la cabeza del hombre
la cabeza del hombre que pasa hambre
cuando a las seis de la mañana ve
en el cristal de una gran tienda
una cabeza del color del polvo
sin embargo no es su cabeza lo que ve
en la vidriera de Potin
su cabeza de hombre le importa un bledo
ni se acuerda de ella
sueña
imagina otra cabeza
por ejemplo una cabeza de ternera
con salsa vinagreta
o una cabeza de lo que sea con tal que sea comestible
y mueve suavemente las mandíbulas
suavemente
y hace rechinar los dientes suavemente
pues el mundo ni lo tiene en cuenta
y él nada puede contra ese mundo
y cuenta con los dedos uno dos tres
es decir tres días sin comer
y por más que se repita desde hace tres días
Esto no puede durar
esto dura
tres días
tres noches
sin comer
y detrás de esos vidrios
esos embutidos esas botellas esas conservas
pescados protegidos por latas
latas protegidas por vidrios
vidrios protegidos por esbirros
esbirros protegidos por el miedo
cuántas barreras por unas sardinas de mala muerte…
Algo más allá el cafetín
café-crema y bollos calientes
el hombre titubea
y en su cabeza
una niebla de palabras
sardinas para comer
huevo duro café-crema
café con gotas de ron
café-crema
café-crema
¡café-crimen con gotas de sangre!...
Un hombre muy estimado en su barrio
ha sido degollado en pleno día
el asesino el vagabundo le robó
dos francos
es decir un café con gotas de ron
cero franco setenta
dos rebanadas de pan con manteca
y veinticinco céntimos de propina para el mozo.

Jacques Prévert


jueves, 30 de julio de 2009

miércoles, 29 de julio de 2009

Estrellas

Todos los viernes y sábados los muchachos nos juntábamos en la cantina de Don Ignacio, allá, en el barrio de La Paternal, el mismo barrio que vio crecer a Pappo. Don Ignacio nos esperaba siempre con dulce alegría. Él nos conocía de muy chiquitos porque éramos amigos del fortín, Pablito, su hijo. Era la mejor cantina del barrio. Nuestra cantina. Éramos los mismos de siempre.
De niños nos encontrábamos en la cantina a la salida de la escuela. A veces trasgredíamos los límites que nos imponía Don Ignacio y salíamos a jugar a la vereda. Pero apenas nos veía se enojaba mucho, especialmente cuando notaba que el delantal blanco de Pablito se había ensuciado.
El tiempo pasó, nosotros crecimos sin dejar rastro de la infancia, pero los pibes nunca abandonamos la cantina. De adolescentes, antes de ir a los recitales, tomábamos unas cervezas en la cantina con Don Ignacio, mientras algunos de los pibes escribían y dibujaban las banderas que llevábamos a los recitales. Escribíamos las frases de la banda que más nos gustaban pero siempre abajo firmábamos “Los pibes de La Paternal”.
Pablito era uno de mis mejores amigos. Siempre estaba en la cantina con su novia, Yanina, un piba bastante tímida pero buena gente. Se llevaban muy bien, nunca peleaban, aunque, sinceramente, ¿quién podía pelearse con Pablito? La paciencia que tenía este pibe nunca la pude encontrar en nadie. Siempre de buena cara. Era admirable Pablito.
El negro también era un ídolo pero siempre andaba loco, nunca podías hablar seriamente con él. Mi vieja no lo podía ver, decía que era mala influencia. Le caía mejor el Toti. Se ganaba el cariño de todo el barrio. Iba a todos lados con la guitarra y su novia, Luji. Ni hablar de las topper rotas y la remera de los Gardelitos. Nunca se las sacaba.
El que siempre llegaba tarde a la cantina era el gordo. Ése sí que era un fenómeno. Lo mirabas y ya te reías. Tenía una increíble facilidad para contar chistes y mantenerse serio. Yo sabía que detrás de esa seriedad se escondía una inmensa felicidad de vernos a todos descostillarnos de la risa. Siempre lo bardeaba al colo porque era colgado. Nosotros también lo cargábamos porque siempre se reía de los chistes cuando los demás terminaban de reírse. El colo se llevaba muy bien con Gustavito, un tipazo, pero muy peligroso cuando se enojaba, no podía controlarse, aunque para que se enojara había que molestarlo mucho o simplemente comentarle lo buena que estaba su hermana, Laurita. Todos estábamos enamorados de ella, era la morocha más linda del barrio. Ella sabía que era hermosa. Se la pasaba en la cantina diseñando y dibujando las banderas. El único defecto que tenía era que cada diez minutos se arreglaba el flequillo stone.
Son buenos recuerdos esos. La pasábamos muy bien y nos queríamos mucho. No es que ahora no nos sigamos queriendo pero todo cambió después de esa noche calurosa de diciembre. Esa noche perdimos a Pablito y Don Ignacio se volvió loco de la tristeza. Cerró la cantina. Yo me mudé a Chacarita y ya no veo tanto a los pibes. Me los cruzo una vez por año, en las marchas, todos los 30 de diciembre.
Nunca dejo de extrañarlo. Se que los pibes también lo extrañan. Las últimas semanas de diciembre son difíciles de vivir. Porque vivir implica revivir lo que de infernal tuvieron esos días. A veces tengo miedo, otras veces desesperación. Miedo porque Pablito es una estrella y después de las doce pocos son los que recuerdan y muchos los que olvidan y dicen sin cesar "feliz año nuevo". Llenan el cielo de fuegos artificiales, como si fuese el día más feliz del año y siempre se olvidan que la estrella de Pablito se hace ininteligible con tanto humo. Y desesperación por no poder entender y porque a Pablito ya no lo voy a volver a ver.
Se que el dolor pesa menos cuando el caminar es conjunto. Deberíamos estar más juntos que nunca. Pero yo no puedo. Con el único que sigo hablando es con el gordo. Ya no hace tantos chistes como antes. Y cuando los hace ya no son tan graciosos. Siempre que necesitamos hablar de ese tema nos encontramos en la plaza a la noche, cuando las estrellas inundan el cielo, y paradójicamente, no hablamos, pero es como sí lo hiciéramos. Pronunciamos muy pocas palabras, el resto es todo silencio. Pero un silencio dulce. Cuando alguno cae el otro sabe que debe permanecer bien firme porque si los dos caemos es más difícil levantarse. Y así permanecemos horas mirando el cielo. Éste es el único momento en que consigo algo de paz y algo menos de dolor y desesperación. Estoy seguro que el gordo también siente lo mismo. Pero cuando miramos aquella estrella, siempre firmes, nunca olvidamos que junto a ella, posan 193 estrellas más.

viernes, 10 de julio de 2009

Mi continuación de "Desayuno" de Jacques Prévert

Fue al anochecer cuando llegó a su casa. Llovía. Estaba empapado. Tomó la llave del pantalón pinzado negro. Abrió la puerta y se sacó el sombrero. La madera del piso crujía con cada uno de sus pasos. El ambiente era negro, oscuro; las luces estaban apagadas. Entró a la habitación tanteando con las manos primero la silla, luego, la biblioteca. Tropezó con la mesita ratona y gritando maldijo a su madre. Se recostó en la cama del lado izquierdo como de costumbre y encendió la televisión con el control remoto. Con la débil y tenue luz que aquella generaba, contempló su mano izquierda. Detuvo la mirada en el objeto dorado que adornaba uno de sus dedos.
Bruscamente saltó de la cama y tomó unos cuantos almohadones de la habitación contigua. Se recostó nuevamente, ésta vez del lado derecho; del lado opuesto colocó los almohadones. Durmió.
Afuera todavía llovía a cántaros.

martes, 7 de julio de 2009

Teoría del transeúnte

A las personas debemos recordarlas o reconocerlas no precisamente por lo que dicen, o por la manera particular de enunciar lo que dicen. Tampoco por su color de ojos, ni por los escritores a los que leen, ya se trate de autores como Marx, Rousseau, Borges, Nietzsche, Stephen King, Franz Kafka, etc.
Por el contrario, a las personas hay que recordarlas o reconocerlas por su caminar o, más exactamente, por los modos particulares que hacen a un caminar específico, propio de la persona en cuestión. Éste es y será su patrimonio más valioso. Y para nosotros, éste comprende una útil cualidad económica pues nos ahorrará, si nuestra intención es reconocer, muchos pasos y, si nuestra motivación es recordar, lo que nos ahorra serán un montón de recuerdos que, al fin y al cabo, hacen que los domingos sean más tediosos y los lunes, más marrones.
Cuando hablo de los modos específicos del caminar, me estoy refiriendo a caminares: impulsivos, desganados, colgados o soñadores, sólidos, elegantes, atentos, rígidos, bailarines, energéticos, seductores, rápidos o lentos, mirones, perversos, bizarros, atareados con teléfono móvil, entre otros.
Si esta posibilidad de excelencia económica queda, por alguna razón, obstruida, entonces recurriremos al recuerdo y/o al reconocimiento de la persona mediante el estudio minucioso de sus zapatillas, a saber: sean éstas limpias o sucias (incluyendo los términos medios, es decir, sus diferentes grados, evitando, de esta manera, caer ingenuamente en extremismos indeseables), gastadas o viejas -que no es lo mismo-, novatas, robadas, truchas o verdaderas, simpáticas, serias, abandonadas, con los cordones atados o desatados, etc.
El estudio del caminar podrá complementarse, de ser posible, con el segundo provocando, de esta forma, que la evaluación sea mucho más rica y completa.

viernes, 3 de julio de 2009

DESAYUNO

Echó café
en la taza.
Echó leche
en la taza de café.
Echó azúcar
en el café con leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un cigarrillo.
Hizo anillos
de humo.
Volcó la ceniza
en el cenicero
sin hablarme.
Sin mirarme
se puso de pie.
Se puso el sombrero.
Se puso el impermeable
porque llovía.
Y se marchó
bajo la lluvia.
Sin decir palabra.
Sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las manos
y lloré.

Jacques Prévert

miércoles, 24 de junio de 2009

Gris a zu lado

Te necesito aunque no seas realmente real,
te necesito así, tal como sos, como un dulce collage hecho de papel glasé y recortes de diario,
te necesito inventado, dibujado, escrito.
Te necesito resaltado con marcador verde diferenciándote de las mil y una líneas,
te necesito dentro de mi camiseta extra large,
te necesito en el borde, en el límite que separa tu ausencia de mi ausencia, y que hagas de abrojo,
te necesito en el borde, en el límite que une tu espalda y mis brazos intentando bordear tu dulce contorno, tu espalda.
Te necesito amuleto de la suerte,
te necesito incluido en mi suave lista de ventajas,
sin duda, te necesito los domingos, quizás también, los lunes.
Te necesito radiante de luz en el oscuro sótano de mi dolor,
te necesito desordenado, caótico,
te necesito edulcorante,
te necesito el día más triste del mes de junio,
te necesito seguro, fuerte, despierto, perfumado.
Te necesito en mi ocaso,
te necesito menos gris y más azul.
Te necesito menos dividido y más multiplicado.
Después de todo, creo que simplemente te necesito.
Quiero publicar algo que leí hoy, escrito por alguien muy
especial para mi, una persona a la que quiero y admiro mucho. El texto se llama "Seguridad vial".




"Nunca me interesaron las ciencias exactas. Siempre me parecieron cerradas, impenetrables, imposibles de transpolar, imposibles de interpretar con ellas más que el objetivo que vienen a cumplir.
A pesar de esto, es a la profesora de matemáticas de 7° grado a la que recuerdo con mayor frecuencia, en muchas de mis caminatas diarias.
Se decían, se escuchaban, se murmuraban muchas teorías acerca de esta profesora. Entre el poliladron y el salto al elástico se escapaba alguna cruel etiqueta: “loca”. El terrame terrame decía que había sufrido desgracias impensables para nuestros cortos 12 años. Desgracias que la habían llevado a cargar nuevamente con esa etiqueta: “loca”.
El bebedero contaba que era la docente más exigente, la que más tareas asignaba y así retumbaba en las paredes aquello que ya se había convertido en nombre propio: “Loca”.
Después de muchos años, después de cargar con una mochila de cajas pesadas rotuladas con nombres como: tragedia, desgracia, inconcebible, entre otras; y después de muchos años de cruzar calles recordando su nombre, o mejor dicho, el nombre que el recreo del primario le otorgó; hace un tiempo cuestioné los rumores que los pasillos me hacían llegar: ¿Era realmente ese su nombre? ¿Era “Loca” o la institucionalización de nuestras cabezas no nos permitía ver que en realidad debíamos haberla llamado desde siempre “Cuerda”?
Un día esta docente tuvo el atrevimiento de decir que la calle se cruza cuando el semáforo está en verde. Así fue como la clase de matemáticas se convirtió automáticamente en un complicado debate sobre la seguridad vial y el convencimiento por parte del curso de que la calle se cruzaba cuando el semáforo se encontraba en rojo.
“Se cruza en verde” repetía la docente marcándose a fuego en la frente aquella palabra que le daría nombre en cada recuerdo de esa época. Claro era que no podíamos ver más allá, no podíamos ver que Todo, o Nada, podía ser correcto, que no siempre es una cosa o la otra.
Quizás el terrame terrame tenía razón: ella había atravesado situaciones indescriptibles, pero se equivocaba en algo: eso la había convertido en la docente más cuerda dentro de un colegio de 5 estrellas a la hora de adoctrinar. Ella tenía un don, podía ver más allá de las ecuaciones que tanto trabajo le costaba enseñarnos y creo que es por este motivo que la recuerdo más que a otras docentes.
Siempre se trata del punto de vista desde el cual nos ubiquemos. Entonces: ¿Quién puede decir quién es loco y quién es cuerdo? ¿El semáforo se cruza en verde o en rojo?"
Cynthia Tonelli

domingo, 21 de junio de 2009

Pseudo reconstrucciones

Hace tres días que es domingo y hace tres noches que me enfrento con la dificultosa tarea de reconstruir una imagen, una cara, una mirada. ¿Será, tal vez, que no te miraba lo suficiente? ¿Será la ausencia de miradas la que lleva el peso de la culpa por no poder recordarte? ¿Será ella la primer culpable? ¿O será, quizás, que soy más sensible al tacto? Nunca recuerdo los días con precisión, pero tengo la terrible sensación de que se trataba de un lunes negro, como todos los lunes. Era de noche, no recuerdo que hora marcaba tu reloj de pulsera. Habíamos terminado de comer y apuesto lo que sea a que comimos milanesas o comida china. No sé exactamente cuál fue el camino que nos llevó a tu cama de dos plazas que, por cierto, era tuya, ya no estaba incluida dentro de mi patrimonio. Antes de que el sueño gritara por su victoria, recuerdo haberte echado una mirada: la nariz respingada, ojos negros como tu pelo, las pestañas largas y arquedas y unas piernas que, eso sí, nunca voy a olvidar. Lo último que recuerdo haber mirado con precisión, fue un escudo de racing pintado a mano con preciso cuidado en una de las puertas de tu placard y, a su derecha, un triste poster bastante gastado de Callejeros.
Recuerdo que dormimos placidamente, la dos plazas nos quedaba tan grande que pudimos dormir sin molestarnos. Mientras tanto, la lluvia nos hacía compañía con cada una de sus gotas impactando sobre el precario techito de tu balcón. Tuve la sesación de que llovía como la última vez.
Al otro día desperté en mi habitación, en una cama que sí forma parte de mi patrimonio, no es una maravilla, pero a mi cansancio le cae bastante bien.
Con un poco de esfuerzo, me levanté de la cama y abrí la ventana que daba a la calle. Afuera el sol brillaba como la primera vez, de la misma manera que nace una carcajada después de llorar casi sin poder respirar.

sábado, 13 de junio de 2009

Corrientes y Esmeralda

Y me veo exactamente ahí: en Corrientes, a sólo unos metros de distancia del obelisco. Camino despacio y lento como si estuviera tramitando cada uno de mis pasos. Sé que hace mucho frío. Supongo que será sábado, tal vez sea domingo. El reloj marca las 22.20 hs. Las luces rojas, blancas y verdes adornan la calle. Por fin: mis pasos lentos se detienen en la esquina de Corrientes y Esmeralda. Teatros. Miro fijo la utopía que, créanme, esta vez tomó toda su forma. Entonces, mi estúpida inercia se vio totalmente interrumpida, ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que tus sábanas no me causen ni el más mínimo anhelo? ¿Cómo es posible que de tanto andar y andar, cada vez haga más frío y yo no sienta nada?
Mi adicción se consume mientras veo la multitud paqueta pasear distraída y sonriente. Tal vez algún día pueda encontrar la manera de recordarte. Mientras tanto, hasta la utopía toma forma... y vos estás ahí desvaneciéndote y sin remedio.
Laura, punguear sonrisas finalmente es muy injusto.

domingo, 17 de mayo de 2009

Las calles de Capurro te van a extrañar


"Jueves, 21 de febrero

"Esta tarde cuando venía de la oficina, un borracho me detuvo en la calle. No protestó contra el gobierno, ni dijo que él y yo eramos hermanos, ni tocó ninguno de los innumerables temas de la beodez universal. Era un borracho extraño, con una luz especial en los ojos. Me tomó de un brazo y dijo, casi apoyándose en mí: “¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte.” Otro tipo que pasó en ese instante, me miró con una alegre dosis de comprensión y hasta me consagró un guiño de solidaridad. Pero yo hace cuatro horas que estoy intranquilo, como si realmente no fuera a ninguna parte y sólo ahora me hubiera enterado."
La tregua, Mario Benedetti
"Puedo darte melodías, hacer rimas en tu nombre, pero nunca llegaré tan lejos para devolverte tanta paz..."
Gracias por mantenerte con vida más acá y más allá del umbral de la muerte. No me alcanzan mil homenajes. Una vez más, la muerte ha fracasado en sus fines, tu genialidad te mantendrá en vida. Uruguay desborda orgullo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Rosa

Hubo un primer momento en el que pensaba que Rosa era algo así como un objeto, una cosa demasiado vulgar. Resulta que esta cosa presentaba una increíble capacidad de molestar a quien se le cruzara en su camino. Era, en su esencia, bastante fastidiosa. Y uno se hacía de todos los mecanismos y medios posibles para hacerla a un lado.
Estaba en el teórico de Psicoterapias, cuando de repente la ví. Rosa estaba muy tranquila en mi mochila. Al respecto, me gustaría aclarar que precisamente ése es uno de los aspectos que la caracteriza: suele quedarse, como si sus intenciones hubieran sufrido un accidente mortal, donde la dejan.
Pues bien, decidí entonces no escuchar más las anécdotas clínicas que aquel profesor relataba muy entusiasmado y con un ego que lo rebalsaba y me dediqué a escribir acerca de Rosa.
Como decía, Rosa parecía ser un objeto molesto y vulgar. Pero luego resultó que Rosa, entre otras cosas, tenía una cuenta corriente en el Banco Galicia. Rosa, además, toma café en una taza que dice "Acuario". A Rosa también le gusta "Patricio Rey y sus redonditos de ricota" y duerme cuando tiene sueño.
Llegué a la conclusión de que Rosa ya no era una cosa tan vulgar. Y no sólo que tiene una cuenta corriente, sino que se trata específicamente de MI cuenta corriente, MI taza, MI cama.

Rosa nace y se hace fuerte.
Rosa se divierte.
Rosa desordena mi biblioteca.
Rosa es tramposa.
Rosa tiene Facebook.

En síntesis, Rosa me invade, se instala en mi. Deja paralíticas mis ganas. Rosa no lleva ni por casualidad un poco de piedad en el bolsillo de su pantalón gastado marrón y gris.
Toda paciencia tiene un límite, así que tomé coraje y decidí hablar con ella civilizadamente. Hasta acá llegaste Rosa.
Fue una mañana de unos tristes doce grados de temperatura, nubes grises, llovizna constante y violines en Buenos Aires. Sólo faltaba que fuera lunes (en ese instante comprendí que podría ser aún peor). Con la finalidad mencionada, me levanté de la cama y fui directamente a la cocina. Y sí, era completamente predecible, Rosa estaba tomando café (amargo por supuesto) en mi taza de Acuario. Disimulando mi fastidio le pregunté por qué me hacía esto. No es posible, ni mucho menos justo, que se lleve así porque sí toda mi alegría. ¿Qué le pasa a esta Rosa? Ni siquiera la conozco. Silencio. La tan astuta se quedó callada mirando TN.
"Bien, cuando vuelva, no quiero verte más acá"
Pues bien, eran las 19 hs, yo volvía de trabajar y las calles del barrio no tenían nada que contar. Seguía lloviendo y como de costumbre pisé una baldosa suelta. Llegué a mi casa, caminaba por el pasillo a la cocina, cuando de repente pude ver, desde la puerta de mi habitación, que por cierto estaba abierta, que Rosa estaba tirando a un tacho de basura "MIS GANAS DE CUALQUIER COSA".
"¿Qué estás haciendo Rosa?!"
"Nada, ¿por? Estaba ordenando a mi gusto"

En fin, pasaron los días y lo vulgar junto con los días pasó a ser eterno, o tal vez una suerte de quietud de la que no se sabe cuando va a finalizar. Ella es como el segundero del reloj, aquel al que le reclamo a gritos por favor que se detenga, que ya es suficiente.
Rosa ahora duerme conmigo, en mi cama, nuestra cama. Y si no fuera por el despertador del celular que suena monótonamente todos los días, Rosa me dejaría durmiendo como si el día próximo a nacer no tuviera nada interesante.

El dolor tiene manejos extraños.

lunes, 11 de mayo de 2009

Otra vez

Tengo una tarea que enfrentar, un dolor que disimular, un recuerdo que olvidar y un infierno que apagar. Después de todo, quizá ya lo sepa. Es un suave descanso para este triste trabajo de levantarse cada mañana y servirle un café a la muerte nostálgica del ayer.
Letanías.
Prometedoras vacunas.

miércoles, 8 de abril de 2009

sueño con pandemias

Pido disculpas por mi falta de cortesía; cuando el dolor es el único afecto que abraza los recuerdos, no puedo ser menos descortés.
Olvidé mi alma en la palma de tus manos; buen hombre, apostamos mal: destruimos el mundo. Sin embargo, sigo respirando y no puedo evitar ver todo su dolor, su ambición, su destrucción, su egoísmo, su injusticia, su porquería.
En nuestro silencio se esconde un dulce pero letal dolor. Y ya no puedo caminar tan lento, casi sin ganas.

jueves, 19 de marzo de 2009

Franco, el café y pérdidas (todo sin sentido)

...las luces de neón que Joaquín confundió con estrellas,
la cuchara que hace tres días me olvido (para no empezar a "revolver") y el olvido que quiere ganarse la esencia del recuerdo,
la carta que le escribí a Soledad hace un tiempo atrás y nunca contestó,
mis ganas de querer irme y no saber dónde me esperan,
el dibujo de su espalda y la ventana... en su espalda,
la entrevista que ayer le hice a punto de no retorno,
"mejor no hablar de ciertas cosas", le dije a Sergio con un tono algo melancólico, "hoy no hay nada que hablar...",
la luz roja del semáforo,
los miércoles en Jean Jaures y Pueyrredón,
el número 33,
el disfraz,
un vaso de agua acompañado con un pedazo de pan... uno en el baño, dos en el living y cuarenta en mi cuarto...,
Mar del Plata,
el amor que crece y la libertad que decrece;
el amigo que perdí hace muchos de años y todavía extraño,
los acordes de Jenny Wren,
la utopía, el amor, el deseo, la necesidad, la obsesión, la mentira,
el vacío
la ausencia en la presencia,
quererte, querer tenerte pero amarte y amar dejarte ir;
el aquelarre,
el sueño de noche y la pesadilla de día,
las puertas,
la lluvia de abril,
la sonrisa careta de aquel que nunca supo quererte más que yo,
el escalofrío que siento cada vez que me veo comiendo sola,
tus caprichos, tu histeria, tu nariz,
mis manos apretadas tan fuerte,
mi cama, mi cama, mi cama, la nuestra,
el ventilador que da menos vueltas que mi cabeza,
el confortable sonido de las olas por querer llegar... y morir,
mis gritos, mis gritos, mis gritos, los nuestros,
mis ganas inexplicables de llorar después de sentirte,
la agonía que juega con la ironía,
el triángulo, el nudo borromeo,
el pie de página, la nota escrita al margen,
una palabra, varias y montones de palabras...
y la convicción de que en algún lado debería existir un punto,

lunes, 9 de marzo de 2009

El mejor vino tinto

La luz apenas no existe en las noches de insomnio y el segundero de aquel reloj le declara orgulloso "triunfo" al silencio. Sobre la mesa, una copa vacía. Podría beber agua y satisfacer mi necesidad. Tal vez, también, podría beber del mejor vino tinto y satisfacerme aún más. Mejor la copa vacía, en el empinoso vértice de la mesa, siempre vacía, siempre anhelando la caída. Hay veces que hasta el mejor vino tinto sabe amargo.

viernes, 27 de febrero de 2009

brian


como te extraño alemán..

jueves, 12 de febrero de 2009

Alfredo L. Malabarez

A veces me pregunto quién era Alfredo L. Malabarez, un tipo común para los grandes tipos. Lo cierto es que era un gran contador; mientras Buenos Aires se derrumbaba, Alfredo presentaba los resultados del balance general siempre antes de cumplirse la primer quincena del mes de enero. Sí, es cierto, retrasaba su tarea pero, ¿quién dijo que hacer balances a fin de año es fácil? Para la desdicha de Malabarez, diciembre, era un mes asesino que, con sus horribles colmillos, atentaba contra su cordura y estabilidad. Si bien lloraba muy esporádicamente, los últimos días de diciembre lo devoraban con mucha astucia. Siempre fue muy difícil durante la noche festiva mirar el cielo lleno de luces de colores y disimular la angustia y desesperación que conlleva aquel mes.
Lo cierto es que Malabarez presentó los resultados del balance final el día lunes 12 de enero del corriente año, unos días antes de su fallecimiento. Y también es cierto (no puedo obviar este tema) que yo me enamoré de Malabarez. Llevaba un corazón de papel glasé, amarillo y bastante arrugado. Por eso Malabarez siempre fue muy olvidadizo y cotidianamente bastante frío. Brillaban los fantasmas cuando me hablaba sin hablar de su pasado no pisado. Solía reír muy poco, dormía mucho y le encantaban las propagandas de Sprayette.
Durante las noches de insomnio comparo su balance con el mío. ¿Qué me dejaste Malabarez? ¿Un cigarro mojado? ¿Una sábana vieja y gastada? ¿Una hoja en blanco?
En fin, luego de un fin de semana rebalsado de agonías, conocí los resultados del balance general: resultados negativos en el debe, gastos generales de un hotel vacío, una inmensa cantidad de documentos a pagar y acreedores varios.
Pues bien, la oficina está vacía, hoy es martes 10 de febrero y en Buenos Aires no para de llover. El puesto de Malabarez está vacante, de manera que si alguien está interesado en llevar a cabo las tareas de aquél deberá presentarse el día 30 de febrero en Córdoba y Corrientes, justo en la esquina. Preguntar por Soledad Malhumores.

miércoles, 28 de enero de 2009

old fears

So, so you think you can tell heaven from hell, blue skies from pain? Can you tell a green field from a cold steel rail? A smile from a veil? Do you think you can tell? And did they get you trade your heroes for ghosts? Hot ashes for trees? Hot air for a cool breeze? Cold comfort for change? And did you exchange a walk on part in the war for a lead role in a cage?


How I wish, how I wish you were here. We're just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year, running over the same old ground. What have we found? The same old fears, wish you were here...

jueves, 15 de enero de 2009

viernes, 28 de noviembre de 2008

Los que quieren mejorar a la humanidad

"Veamos un primer ejemplo totalmente provisional. En todas las épocas, se ha querido "mejorar" a los hombres, y a esto se lo llamó "moral". Sin embargo, en esa misma palabra, se encierran las más diferentes tendencias. La "doma" de la bestia humana y la "cría" de una determinada clase de hombres fue nombrada como "mejoramiento": sólo estos términos zoológicos designan realidades, y realidades que precisamente el "mejorador" inconfundible, el sacerdote, ni conoce ni quiere conocer... Llamar "mejoramiento" a la doma de un animal es algo que a nosotros nos suena casi como una burla. Quien sabe lo que pasa en los lugares donde se doman animales salvajes duda mucho de que éstos sean mejorados. Se los "debilita", se los hace menos dañinos, se los convierte en animales "enfermizos" mediante el miedo, el dolor, las heridas y el hambre. Lo mismo pasa con el hombre domado que ha "mejorado" el sacerdote.
En la Alta Edad Media, cuando la Iglesia era realmente un lugar de doma de animales , se daba caza en todas partes a los mejores ejemplares de la "bestia rubia": se "mejoró", por ejempo, a los aristócratas germanos. ¿Qué aspecto presentaba ese germano "mejorado", quien, con engaños, era recluido en un monasterio? El de una caricatura de hombre, de engendro: lo habían convertido en "pecador", encerrado en una jaula y aprisionado por terribles ideas. Allí permanecía enfermo, sombrío, aborreciéndoce a sí mismo, con un odio mortal a todos los impulsos que incitan a vivir, sospechando de todo lo que seguía siendo fuerte y dichoso: en suma, lo convirtieron en cristiano. Hablando en términos filosóficos, en la lucha contra la bestia, la única forma de debilitarla "puede" ser conseguir que enferme. Así lo entendió la Iglesia: "hechó a perder al hombre", lo debilitó, aunque su pretensión era la de mejorarlo".

Friedrich Nietzsche, El Ocaso de los ídolos

El y ella

"Enojo, empaco... valijas sin ropa.
Trueque, tregua, sonrisas...
Números, sucesiones, sucesivos encuentros.
Periódicos desencuentros... 3,33 que nunca llega a diez pero casi diría un ingeniero, pero no es lo mismo, es casi.
No entiendo, ni a te, ni a me... no entiendo.
Y me empaco también. Tan bien que dejo de saber por qué me empaqué; o lo sé, pero deja de importarme. Me importa más esto de no poder acercarnos, porque no entiendo, y me empaco y el 3,33 me cansa, me duele, me jode, me pica como el pulóver de lana sobre la piel sin que medie un pedacito benevolente de algodón. Quiero que me saques el pulóver porque me pica y no importa que me veas así, sin ropa, sin pulóver, sin empaco... me jode que me veas cuando me pica, cuando me empaco, cuando me jode, cuando me jode que siempre sea 3,33 con vos, o conmigo misma...
Nos acercamos, nos alejamos, nos perdemos; y simepre las llaves, el tiempo medido, el beso medido, el paso medido, el desencuentro desmesurado.
Tan claro, sin embargo es por momentos, cuando escapamos de esa lógica de la mesura: vos y yo charlando en el auto; vos sentado sobre mis piernas y yo acostada mirándote; y no estabas lindo, estabas bonito y no había ni pulóver y todo daba diez aunque fueran las cuatro.
Es tan claro cuando logramos reírnos de eso que nos jodió, de esas deudas del pasado que nunca se pagan bien del todo...
Sigo preguntándome si nos daremmos tiempo para encontrarnos; si podremos escribir algo distinto, pero vos y yo; si podremos dejar de lado la ceguera del tiempo pasado y así sin antifaces, ni anteojeras, ni pulóveres, ni abismos, abramos el telón y descubramos..."
Agustina Saubidet